El 8 de julio de 2013, a pocas semanas de haber sido nombrado Papa, Francisco realizó su primer viaje. Puesto al frente de una iglesia que a duras penas iba saliendo de una de las más grandes crisis de su historia, motivada en gran parte por el escándalo de Marcial Maciel, el pederasta fundador de los Legionarios de Cristo, Francisco era consciente del simbolismo que la historia atribuye a los primeros gestos públicos del papado. Decidió que su primera salida sería para ir… ¡a Lampedusa!
Lampedusa (wikipedia dixit) es la mayor de las islas del archipiélago de las Pelagias en el mar Mediterráneo. Se encuentra a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de Túnez siendo el territorio italiano ubicado más al sur. Política y administrativamente pertenece a Italia, pero geográficamente pertenece a África puesto que el lecho marino entre ambos no excede los 120 metros de profundidad… ¿qué iba a hacer el Papa en esta desconocida isla italiana? se preguntaron muchos… Lampedusa empezó a ser noticia internacional en años recientes, gracias a un sinnúmero de tragedias ocurridas en sus costas. Es uno de los principales puntos de entrada para inmigrantes que, procedentes de África, Medio Oriente y Asia, pretenden llegar a costas europeas. Así que el gesto papal adquiría un hondo significado simbólico: Francisco quería comenzar su ministerio, más allá de las fronteras vaticanas, enfrentando uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la migración.
No resisto compartirles algunos de los conceptos vertidos por el Papa en esta visita: “Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor… “¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!… “¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y ninguno! También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!…”
Hasta aquí la cita del Papa. Pues bien, la tragedia que viven las personas migrantes no es un asunto solo de esos rumbos. Entre nosotros, tal tragedia ha sido denominada holocausto por quienes viven y trabajan para auxiliar a los migrantes. El paso de miles de migrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a las fronteras del país del norte se ha convertido en un infierno en el que, a la indiferencia señalada por el Papa, se ha unido el secuestro, la extorsión, la trata de personas, la desaparición, el asesinato…
En ocasión de la conmemoración de los cuatro años de la masacre de san Fernando, Tamaulipas, en la que perdieran la vida 72 personas migrantes en un asesinato colectivo perpetrado por el cartel de Los Zetas en agosto de 2010, la Casa Hogar para Migrantes “La 72” –denominada así justamente para que la espantosa masacre nunca se olvide– situada en Tenosique, Tabasco, organizó la celebración de la Eucaristía en el borde fronterizo entre México y Guatemala. Ya la prensa ha dado noticia de la oposición de las autoridades del tristemente célebre Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano que obligaron a Fray Tomás González, director de “La 72” y al Obispo de Tabasco, Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López, a tener que solicitar permiso del lado guatemalteco (que, inmediatamente lo concedió) para poder celebrar la Eucaristía. Una vergüenza pública más para ese instituto, uno de los principales obstáculos para una migración digna, que bien haría en reformarse radicalmente o desaparecer.
Lo que, en cambio, no muchos saben, es que tal acción del INM provocó una comunicación solidaria… ¡de Roma! Por eso les comparto con entusiasmo la carta enviada al Obispo de Tabasco por el Cardenal Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Colegio para los Migrantes e Itinerantes, en la que deplora lo ocurrido y manifiesta la solidaridad de este organismo pontificio hacia las personas que en la iglesia trabajan por la vida y el bienestar de los migrantes. Les comparto la carta íntegra:
Ciudad del Vaticano, 28 de agosto de 2014
Prot. N. 7867/2014
A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Gerardo De Jesús Rojas López
Obispo de Tabasco, México
Excelencia Reverendísima,
He sabido que ayer, cuando se disponía a celebrar una Misa dedicada a los emigrantes, en la frontera entre su diócesis, Tabasco, y el Vicariato apostólico guatemalteco de El Petén, los agentes del Servicio de Aduanas y del Instituto Nacional de Migración de México le han impedido realizarla. La Providencia ha querido que la celebración pudiese con todo desarrollarse en el territorio fronterizo de Guatemala.
La iniciativa tenía un carácter profundamente pastoral y, por lo tanto, deseo expresarle la cercanía espiritual de este Consejo, que es la voz de la Santa Sede para extender a todas las áreas del mundo afectadas por los flujos migratorios el llamamiento del Santo Padre Francisco a no resignarse a la “globalización de la indiferencia”.
De hecho, usted quería recordar en la celebración de la Eucaristía la masacre de 72 emigrantes centro y sudamericanos, perpetrada en agosto de 2010 en San Fernando por el cártel narcotraficante de los Zetas. Junto a aquella matanza, además, no podemos olvidar que desde 2009 hasta 2011 más de 20.000 emigrantes han sido secuestrados en el área de su diócesis fronteriza, por no hablar de todos aquellos que han caído en la red de los traficantes y de los miles de hombres, mujeres y los niños que han perdido la vida.
Tampoco podemos ignorar que se están intensificando las operaciones para impedir que los emigrantes suban en el tren de carga conocido como “La Bestia”, obligándoles de hecho a elegir rutas alternativas y de mayor riesgo para alcanzar los Estados Unidos de América.
¿Cómo no pensar también en todos aquellos que, en diversas partes del mundo, se ven obligados, por la miseria o por la persecución, a cruzar las fronteras de su patria en busca de una vida humanamente digna? ¿Cómo no recordar los más de 20.000 emigrantes que han muerto tratando de cruzar el mar Mediterráneo para llegar a la Unión Europea? ¿Y a todos los que huyen de países africanos y asiáticos, donde enfurecen guerras y persecuciones, para llamar a las puertas de Australia? Y justamente en estas últimas semanas, ¿cómo cerrar los ojos ante hechos violentos y trágicos, que golpean a las minorías en las regiones de Oriente Medio, donde los cristianos que están huyendo son crucificados o decapitados y sus cabezas son levantadas como trofeos?
El listado de características que acompañan hoy a las migraciones es impresionante: abusos de autoridad y de toda clase, violaciones de las personas y de sus derechos fundamentales, explotación, extorsión, hambre, atracos, robos, mutilaciones, dolor, muerte. Los éxodos que actualmente sacuden diversas zonas del mundo son una denuncia abierta de la decadencia de las instituciones y, peor aún, de la pérdida del sentido auténtico de la humanidad, donde la inicua distribución de los recursos y el acaparamiento egoísta de los bienes se han convertido en objetivos prioritarios con respecto a la respuesta a las emergencias humanitarias.
En este escenario, la tarea de la Iglesia es cada vez más difícil, pero no se detiene y no se asusta. También nosotros nos unimos a la voz del Santo Padre para lanzar un apremiante llamamiento a las instituciones nacionales, a las internacionales y todos los creyentes para que se intensifiquen las iniciativas de oración para encontrar los caminos justos que conduzcan a la convivencia pacífica de los pueblos; invitamos al diálogo y a la negociación para detener a los violentos y a los agresores; solicitamos la apertura de canales humanitarios para facilitar la ayuda a los refugiados y, en definitiva, recomendamos la adopción de normativas adecuadas, locales y supranacionales, que regulen los flujos migratorios en el respeto y en la promoción de la dignidad humana de los individuos y de los miembros de sus familias.
Por lo tanto, manifiesto todo mi apoyo a los esfuerzos de Su Excelencia, de sus colaboradores y de todas las personas de buena voluntad que no están dispuestos a permanecer ciegas y mudas ante las tragedias que lamentablemente afectan a nuestro tiempo. Le aseguro mi cercanía espiritual y la total comunión de sentimientos e intenciones.
Antonio Maria Card. Vegliò
Presidente
+ Joseph Kalathiparambil
Secretario
(Escucho, al golpear la última tecla, la pregunta de mis cinco lectores y lectoras: ¿Qué no hay en el Episcopado Mexicano una comisión que atiende los asuntos de los migrantes? ¿Dijeron algo los obispos mexicanos?… Respondo: Hay un organismo llamado “Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana”, perteneciente a la Comisión Episcopal de Pastoral Social y tiene al frente a Mons. Guillermo Ortiz Mondragón. Tendrán el XV Encuentro de Pastoral de Migrantes del 16 al 19 de septiembre de 2014, justamente aquí en Mérida, Yucatán. Espero de esta reunión pronunciamientos tan claros y contundentes como los del Papa y sus auxiliares en este campo)
Permanencias
Hay permanencias que se salen de los controles. Seguramente así lo pensaría Julio ahora que se cumple el centenario de su nacimiento. Permanencias que no tienen explicaciones racionales: se le ha declarado literariamente muerto, se ha hecho mofa de quienes seguimos cultivando su memoria literaria, se ha anunciado cada determinado tiempo la aparición de la novela que sustituye a Rayuela, se ha decretado la extinción de los escritores del boom, con Julio a la cabeza… pero Cortázar se niega a morir. Como los verdaderamente grandes, el autor de Queremos tanto a Glenda resucita una y otra vez: que si el no sé qué número de aniversario de Rayuela, que si el capítulo 7 leído en voz del mismo Julio se puede encontrar ya en Youtube, que si el cronopio escribía “alrevesado”, que si la aparición de algunos escritos que Julio no alcanzó (y a la mejor ni quiso) publicar… una y otra vez el perpetuo renacedor. Y después de cincuenta años Rayuela sigue estudiándose en las universidades y, lo que es mejor, sigue siendo leída por innumerables jóvenes de todo el mundo. A cien años de su nacimiento, Julio Cortázar, el escritor perpetuamente niño, el constructor de fantasías, sigue, a pesar de sus admiradores y detractores, más vivo que nunca.
El cuarto de un fan
La entrada a la oficina muestra un espectáculo inusual. Uno no se asombra de ver las fotografías de Monseñor Romero, del Ché o de Samuel Ruiz. Es una iconografía de esperarse. Pero voltea uno a la otra pared y descubre una gran fotografía en cuatro tiempos: foto uno, Cortázar joven e imberbe, con un cigarrillo en la boca; foto dos, Julio flaco y languirucho, de traje y corbata (probablemente en la misma fecha de la primera fotografía), apoyado en una descascarada pared mientras era, todavía, maestro de escuela en alguna provincia rural de Argentina; foto tres, Julio de nuevo, con el cigarro en la boca, pero esta vez con la barba abundante y la mirada perdida en el infinito, como emergiendo de una planta silvestre que dibuja sus ramas al fondo de la fotografía; foto cuatro, Cortázar, otra vez, de nuevo, pero en una de sus últimas fotografías, cuando ya cargaba la tristeza de la muerte de Carol Dunlop y, probablemente, el conocimiento de su propia enfermedad.
A pocos metros de la cuádruple fotografía se encuentra otra imagen: es un póster publicado bajo el patrocinio de Alfaguara a los 30 años de la aparición de Rayuela, con la caricatura de Cortázar dibujada sobre el capítulo 7 de Rayuela pergeñado en letra manuscrita. Está firmado por Arroyo y está fechado en el año de 1993. Con trazos cuadrados y angulares, el rostro del eterno cronopio tiene los ojos bien abiertos y el borde superior del suéter destaca al inicio de su largo cuello. Detrás de la imagen alcanza a leerse: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…” y así hasta terminar el célebre capítulo que muchos, a fuerza de leerlo, nos aprendimos de memoria en nuestros tiempos de estudiante.
Todo no sería más que pantalla esnob si el fan, al mismo tiempo, no tuviera en los anaqueles de su biblioteca toda la obra de Julio, desde Los Premios y sus cuentos completos, hasta Rayuela y sus trepidantes Último Round y La Vuelta al Día en Ochenta Mundos. Y lo más inusual: el fan los relee religiosamente, con la misma pasión y contumacia con las que escucha los discos de Silvio (también la colección completísima) o visita con regularidad los libros de la Biblia.
La isla perdida
Es la premiación del Concurso Nacional de Cuento Beatriz Espejo en su versión 2007 en una de las sedes del Ayuntamiento de la Mérida de Yucatán. El que habla desde el estrado es el concursante que no pudo alcanzar el premio y hubo de conformarse con una mención honorífica. En su discurso pondera las razones por las cuales escribe. Antes de terminar menciona la sobada pregunta dirigida a todo lector: ¿qué libros escogerías para llevarte si tuvieras que irte a vivir a una isla desierta? El aspirante a narrador dice que se llevaría los cuentos completos de Julio Cortázar, en la versión de Alfaguara, de ser posible. Termina el discurso que, acaso, ha pecado de solemnidad. Interviene la escritora cuyo nombre lleva el concurso para decirle: yo voy a regalarte esa edición. El aprendiz de cuentista la escucha complacido y esperanzado. El regalo no llega nunca. Pero no importa, el narrador diletante ha encontrado otra edición de los cuentos completos de Cortázar que le gusta más: aquella ordenada por el mismo Julio y dividida en tres tomos que agrupan todos sus relatos cortos. Y más barata. Ya puede irse a su isla desierta.
El domingo pasado, 17 de agosto de 2014, se leyó en todas las iglesias católicas del mundo el pasaje que relata el encuentro de Jesús con una mujer cananea. Leímos la versión de Mateo (15,21-28). El relato es sencillo: Jesús cruza la frontera de Israel –parece que por vez primera en su ministerio itinerante– y se interna hacia la región de Tiro y Sidón, dos ciudades cananeas, habitadas mayoritariamente por población no judía. Ahí se encuentra con una mujer cananea que busca su compasión e intercede por su hija, que está atormentada por un demonio. No se explica en el texto cuál sea la enfermedad o dolencia a la que se hace alusión, pero se recalca la inquebrantable decisión de la mujer de llegar hasta los pies de Jesús para solicitarle su intervención.
Lo primero que llama la atención es la actitud de Jesús hacia la mujer. El texto subraya que “no le contestó ni una palabra”. Hasta el momento, Jesús había aparecido siempre conmovido delante de las multitudes (Mt 5,24-25; 8,16; 9,35-37; 14,36) y dispuesto a mostrarles su misericordia a través de prodigios. Por eso es que la actitud ante la cananea aparece como inusual y su sola presencia en los testimonios evangélicos apunta hacia la historicidad del hecho. El silencio de Jesús parece tener algo de despreciativo. Tal cosa se confirma cuando, no obstante la inicial oposición de Jesús y el aparente fracaso de la intervención de los apóstoles (“Maestro, atiéndela, porque no deja de gritar delante de nosotros… y la respuesta de Jesús: Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la Casa de Israel”) la mujer logra colarse hasta llegar frente a Jesús y recibe de él esta contestación a su ruego: “No está bien quitar el pan de la mesa de los hijos para echarlo a los perritos”.
Aunque a nosotros nos parezca inusual la actitud de Jesús hacia la mujer, él no hace otra cosa que responder al patrón de educación recibido desde niño. En efecto, la conciencia de Israel de ser el pueblo elegido por Dios había derivado en un menosprecio hacia los otros pueblos, al grado que ciertas observancias radicales exigían a los judíos piadosos no entrar en contacto con personas de otros pueblos ni entrar en sus casas. Es posible que la determinación “perros” fuera una manera usual que los judíos usaran para dirigirse a las personas de otros pueblos, algo así como cuando los yucatecos usamos el apelativo “huaches” para referirnos a las personas que no son yucatecas.
La elección de Israel por parte de Dios es uno de los grandes dones que, con razón, enorgullecen a los judíos. Pero tal elección podía ser considerada un privilegio o una misión. De eso dependía si se tenía actitudes despreciativas o proselitistas hacia los miembros de otros pueblos. Si era considerado un privilegio, entonces los otros pueblos eran inferiores e indignos de la salvación. Si era considerada una misión, entonces había que hacer extensiva esa elección a todos los pueblos de la tierra. Hay muchas advertencias en los libros proféticos en contra de una interpretación de la elección de Israel como un privilegio del que hubiera que jactarse y del que se gozara sin tener ninguna responsabilidad hacia Dios. Parece que la educación de Jesús estuvo impregnada de esta enseñanza, si al relato de la cananea nos atenemos.
Lo interesante del texto es que la mujer no se queda callada delante de la frase de Jesús. No lo desmiente (“Es verdad, Señor…”), pero le lanza un desafío: para ella, el corazón de Dios no puede ser tan mezquino, ni puede regirse por fronteras étnicas. En algún lugar del corazón de Dios hay espacio también para los “perritos”, y esto no va en detrimento de los “hijos”.
La alabanza de Jesús parecería como desmesurada: “Mujer ¡qué grande es tu fe!”. La insistencia de la mujer, es cierto, ha sido perseverante, pero muy probablemente habría sido esa la reacción de cualquier madre desesperada por la salud de su hija. Yo pienso que la alabanza de Jesús, sin embargo, no es desmesurada, porque el desafío que le ha lanzado a Jesús ha dado en el clavo. Jesús se ha visto obligado por ella a des-aprender, es decir, a cuestionar la verdad “eterna” de que Israel es el único pueblo amado por Dios, tal como lo aprendió desde niño en la sinagoga y en el entorno familiar. Si aprender es difícil, des-aprender parece serlo aún más. Bajo el ángulo que la mujer ha planteado, la elección de Israel cobra un nuevo rostro para Jesús. La tarea de plena humanización que el anuncio del Reino de Dios conlleva, no tiene por qué estar exclusivamente dirigida a un pueblo determinado, sino debe abrazar a todos los pueblos. El amor de Dios, en efecto, no tiene fronteras, como esta mujer acaba de enseñarle a Jesús. Si Jesús puede, hacia el final del evangelio (Mt 28,18-20), proclamar que el anuncio del evangelio es “para toda creatura” sin distinción de ninguna clase, ni étnica, ni genérica, ni social, es solamente gracias a la intervención de esta mujer que le hizo des-aprender el nacionalismo en el que fue criado.
Digo que este texto tiene relevancia para nuestros tiempos por dos razones: porque ha habido recientemente en las redes sociales manifestaciones exacerbadas de un regionalismo a ultranza, que desprecia a las personas que a nuestras tierras han venido en busca de cobijo, seguridad y tranquilidad, pero también porque nos recuerda que una tarea pendiente, sobre todo en nuestras épocas, es el des-aprendizaje del que Jesús nos da testimonio en este texto.
Y conste que la “verdad” que las palabras de la mujer han terminado por desmantelar era uno de los axiomas defendidos por las personas más religiosas de Israel. Así que la pedrada daría en el blanco si nos obligara a quienes hoy leemos el texto, a cuestionarnos si las “verdades” que hemos aprendido en nuestra infancia no debieran ser revisadas en relación con los nuevos avances de las ciencias biológicas y sociales, en lugar de ser mantenidas a rajatabla. Y cuando lo digo pienso en, por ejemplo, la misoginia cultural, el machismo, el rechazo a la diversidad sexual y tantas otras “verdades” que comienzan a ser desafiadas por las nuevas circunstancias y por los avances de las ciencias y de la cultura de los derechos humanos. Tal fue, mutatis mutandi, la actitud de Jesús que se desprende del texto que leímos el domingo pasado en la Misa.
Isabel Turrent es una analista internacional y mantiene una columna quincenal en el periódico Reforma. Interesada en la plena integración de las mujeres a la vida económica y política, uno de los atajos que nos van conduciendo al cambio de mentalidad conocido como ‘la revolución de género’, ha escrito en el número 184 de la revista Letras Libres un provocativo artículo titulado “¿Paloma para el nido?”
El título proviene de un poema de Salvador Díaz Mirón. El cuarteto donde se menciona la metáfora es el siguiente:
¡Confórmate, mujer! Hemos venido
A este valle de lágrimas que abate,
Tú, como la paloma para el nido,
Y yo, como el león para el combate.
Recuerda Turrent que el poema de Díaz Mirón, de proverbial incorrección política en nuestros tiempos, no deja, sin embargo, de reflejar “una visión milenaria y patriarcal sustentada en la biología: recluidas en el nido, las mujeres daban puntualmente a luz año con año. Ni siquiera en las florecientes democracias occidentales había una sola rendija que les permitiera rebasar las fronteras de la vida doméstica”, señala en su artículo la analista.
Parecería el poema de Díaz Mirón una rémora del pasado si no fuera porque se mantiene aún, y en ocasiones se sostiene con ferocidad, una mentalidad que no termina de aceptar en los hechos la igualdad de varones y mujeres. El periódico Finantial Time publicó, en febrero de este año, un estudio sobre la brecha de salarios que existe entre el trabajo femenino y el masculino: “No hay ningún país del mundo –señala el estudio– donde a las mujeres se les pague lo mismo que a los hombres”. Y eso puede corroborarse en datos duros: la OIT (Organización Internacional del Trabajo), que hace un seguimiento puntual de los cambios en el mundo laboral, señala que, en promedio, las mujeres ganan 23% menos que los hombres (77 centavos por cada peso, dólar o libra).
Una de las dificultades claves para la permanencia de esta desigualdad está basada en la capacidad reproductiva de las mujeres. Aun en los países que presumen de mayor igualdad salarial, como Suecia o Noruega, el salario femenino empieza a disminuir cuando las mujeres tienen hijos. Sin embargo, con lucidez, Isabel Turrent subraya que no son solamente los hijos los que causan la diferencia salarial: “Con o sin familia, en cualquier sector de la economía y en cualquier país del mundo, aun con las mismas capacidades y preparación, las mujeres ganan menos que los hombres… y no sólo ganan menos: tampoco ascienden al mismo ritmo que sus compañeros en las empresas donde laboran”.
Muchas mujeres, en los países en que se ha avanzado en legislar para la igualdad, quieren una vida en equilibrio entre el hogar y el trabajo. Para manejar, sin embargo, la doble carga de trabajo las que tienen oportunidad de hacerlo, tienen que disminuir frecuentemente la carga de trabajo optando por trabajar menos tiempo o abandonan temporalmente el trabajo, pero con ello pierden antigüedad, práctica y oportunidades de ascenso.
Se necesitan muchas concurrencias para acabar con la desigualdad laboral que aqueja a las mujeres. Turrent ofrece algunas ideas que pueden ser útiles: un entramado legal que castigue rigurosamente el acoso y el abuso sexual (causa de innumerables despidos y abandonos de oportunidades laborales para las mujeres), la construcción de una red de instituciones que, como las écoles maternelles de Francia, permita a las mujeres horarios flexibles de trabajo y una reinserción al trabajo sin costos después de tener un hijo, el establecimiento de cuotas obligatorias –como se ha probado exitosamente en Noruega– para asegurar un porcentaje razonable de mujeres en los puestos más altos de la pirámide de empresas y burocracias y la garantía legal de salario igual por el mismo tipo de trabajo.
Estas medidas no solucionarán por sí mismas la desigualdad de las mujeres en el campo laboral, porque el cambio medular está en las conciencias y la mentalidad colectiva es lo más lento en cambiar, pero sí ayudarán a ejercer presión sobre algunas de las ideas que, no por políticamente incorrectas son menos efectivas y que sostienen el andamiaje de la desigualdad, promovidas en muchas ocasiones por las iglesias, los medios de comunicación y por el mismo Estado. Pero algo es algo. Como bien concluye Isabel al final de su interesante artículo: “Las mujeres deben entender, finalmente, que ningún grupo –ni siquiera si tiene mayoría numérica– derruye órdenes tradicionales centenarios sin una presión sistemática, solidaria y sin tregua…” Y también deben entenderlo, agrego yo, los varones. A eso quiere colaborar esta humilde reflexión.
Nota: el artículo de Isabel Turrent puede leerse en: Letras Libres 184 (abril 2014) pp. 8-10 y es parte del dossier que dicha revista dedica al tema de la igualdad de género, con cuatro artículos más sobre temas relacionados y escritos por maravillosas escritoras.
Desde Nicaragua me ha llegado una interesante reflexión de los investigadores Peter Marchetti y René Mendoza. Refiere que la segunda Cumbre de la Tierra en Johannesburgo 2002 acabó con los acuerdos de Desarrollo Sostenible que se habían suscrito en la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro 1992. El Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC) presentó en 2013 las evidencias de ese fracaso en contener el cambio climático:
1) las emisiones entre 1992 y 2012 aumentaron en 1 grado+, superior a la edad preindustrial;
2) aún con acciones radicales de mitigación el planeta en 2025 llegará a 1.6+, luego, esos niveles de gases y calentamiento climático, sin importar las acciones que se tomen, no desaparecerán en 100 años;
3) sin acciones radicales de mitigación entre el presente y 2025, el aumento del dióxido de carbono (CO2) producirá un calentamiento climático de 2.0+ desde 2050 en adelante, y ese calentamiento no cambiará en por lo menos otros 100 años.
El capital encima de la ciencia y la ecología
La verdad es que el mal se agudizó con las decisiones tomadas en Johannesburgo 2002. Allí el capital venció a la ciencia haciendo incumplir la Convención Internacional sobre Cambio Climático y la Convención Internacional de Diversidad Biológica, suscritos por 178 países en 1992. En Johannesburgo, Estados Unidos y la Unión Europea condicionaron su participación en la Cumbre a su declaración bilateral de no renegociar los acuerdos alcanzados en Monterrey (México) sobre la Ayuda al Desarrollo, y en Doha (Catar) sobre libre comercio. En 10 años, el sueño de Río 1992 fue supeditado a las relaciones desiguales norte-sur y al comercio; en Johannesburgo, detrás de las cortinas de los ODM, se violentó el primer principio de la Cumbre del Río:«Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible.” Los mercados des-regulados gobernarían lo social, lo político y lo ambiental, sustituyendo así el corazón del cuarto principio de la Cumbre del Río:«Para alcanzar el desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente debe ser parte del proceso de desarrollo y no puede ser considerado por separado.»
Por eso sostienen Marchetti y Mendoza que en Johannesburgo emergió un nuevo paradigma para atender las crisis climáticas y ambientales: la alianza privada-pública supeditada a las transnacionales. La esencia de la desfiguración grotesca del cuarto principio yace en que sin cambiar las dinámicas de las empresas transnacionales de energía y de alimentos, esas empresas pueden proteger el ambiente bajo mecanismos de Pago por Servicios Ambientales (PSA); o sea, los mercados y los intereses individuales, y no las instituciones públicas, protegerían al ambiente. Más tarde, ese PSA evolucionó a programas de Reducción de Emisiones de Deforestación y Degradación de Bosques (REDD y REDD+) que usa incentivos mercantiles, fiscales y financieros para preservar la cobertura forestal. En consecuencia, aparecen empresas latifundistas verdes que acceden a los 30 billones de dólares comprometidos en Copenhague 2009 para 2010-2012; mientras iniciativas de bosque comunal en algunas reservas de Centroamérica, como la de Petén en Guatemala, se hallan empantanados en negociaciones interminables. Es decir, en el nuevo paradigma, el medioambiente es eso, “medio” del “desarrollo” gobernado por los mercados, donde se negocia el deterioro del ambiente para un capitalismo verde.
Los campesinos/as indígenas, una esperanza
Ante el cambio climático, que la IPCC confirmó como una amenaza para la misma sobrevivencia humana, una de las pocas señales de esperanza son las prácticas de las economías campesinas e indígenas, mientras EEUU, Unión Europea, Japón y China lidian con el cambio climático desde el capitalismo verde, y las empresas transnacionales dirigen ciertas reglas de control mundial.
Dicen Marchetti y Mendoza que hay cuatro rasgos fundamentales de las comunidades campesinas (integralidad, asociatividad, prácticas de mitigación, e institucionalidad con capacidad de resolver problemas ambientales) que constituyen una perspectiva alentadora y alternativa para enfrentar la crisis climática global.
Primero, los pueblos indígenas desarrollan una visión integradora que combina economía, ecología y lo social para enfrentar a una ciencia al servicio de una ideología ambientalista del capitalismo verde; esa ciencia que ve a las familias campesinas como “deforestadoras;” mientras en América Latina donde hay más árboles es en los pueblos indios mientras que donde no hay árboles es en haciendas ganaderas o plantaciones de monocultivo (caña, soya, girasol, maní, arroz, palma africana).
Segundo, el campesinado evita el individualismo porque se organiza en redes y cooperativas, semillas de la economía solidaria, que se contraponen a la ideología del ‘descarte’ de organizaciones cooptadas por el mercado que ven a las familias campesinas como “individuales”, a sus fincas como “rubros” y a sus miembros como “mozos.”
Tercero, en lucha contra el deterioro ambiental, los pueblos indios diversifican sus cultivos, trabajan agricultura orgánica, protegen ojos de agua, asocian y rotan cultivos, combinan actividades agropecuarias y no agropecuarias, y organizan turismo comunitario; con estas prácticas aseguran la alimentación familiar y escalonan ingresos; y con todo esto resisten al sistema que mercantiliza la tierra y lo que hay en ella, maniobra las leyes ambientales y les despoja de sus tierras, organizaciones y de sus identidades.
Cuarto, la institucionalidad tradicional (fajina, mano vuelta, esquilmo, tequio) de relaciones de colaboración entre las familias resiste a la institucionalidad del mercado que las mercantiliza.
Donde hay bosque en América Latina hay pueblos indígenas, y en sus fronteras hay, y ha habido, violencia transnacional para acabar con esos bosques. Urge acercarnos a la gestión colectiva de los pueblos sobre sus recursos (árboles, bosques, agua…), entender los enfoques que los tienen los pueblos y estudiarlos para aprender de ellos. No resolveremos la crisis ambiental y climática con el mismo pensamiento (liberalismo y neoliberalismo) que la creó, sino con nuevas ideas partiendo de la vía campesina e indígena y recuperando la centralidad del ser humano. Y eso sólo lo podemos aprender de los pueblos indígenas. En la Escuela U Yits Ka’an lo sabemos… y en ese camino andamos.
* Peter Marchetti es asesor de la Universidad Rafael Landívar, y René Mendoza V. (rmvidaurre@gmail.com) es colaborador de Fundación Vientos de Paz (www.peacewinds.org)
– Para ver el artículo completo ir a:
http://www.confidencial.com.ni/articulo/18618/la-via-indigena-y-campesina-ante-la-crisis-ambiental#sthash.JU8hkQdz.dpuf
La aprobación de la legislación secundaria de la reforma energética es todo menos una buena noticia para el país. No sorprende la dinámica del despojo, propia del voraz sistema capitalista que propone privatizar los beneficios y ganancias mientras socializa los pasivos y las deudas. Sorprende la impudicia, la ausencia de argumentos, la glorificación de la voluntad depredadora, la absoluta impunidad que se le garantiza a los despojadores… ¡Hasta Salinas de Gortari tenía más pudor cuando gobernaba abiertamente!
Se quejan de que se les llame traidores a la patria. Quizá pretendan que, además de callarnos ante su latrocinio, les hagamos un monumento por su entrega y dedicación a la nobilísima tarea de favorecer la entrega de las riquezas del país a los voraces comerciantes transnacionales. O, acaso, les demos el premio al mérito ecológico por haber aprobado con desfachatez la tecnología de la fractura hidráulica para la extracción de gas natural sin reparar en las consecuencias negativas para el ecosistema. El cinismo llevado a límites inauditos.
Ahí van los antiguos, otrora encarnizados enemigos políticos, tomados de la mano en la celebración del despojo, ante la atónita mirada de los inermes ciudadanos que les dieron el voto. Se jactan de haber echado abajo, en veinte largas horas de discusión y votación, la soberanía nacional y de haber dejado listo el camino para el progreso de los negocios de los capitales que, hoy se confirma, son los que realmente mandan en nuestra fallida democracia. Una sopa con sabor autóctono que sigue la misma receta de otras democracias que son solamente caretas justificatorias de los poderes fácticos. Dentro de poco tiempo la ley máxima no será la Constitución, sino el Tratado de Libre Comercio o cualquiera que sea el nombre que lleve la próxima legislación comercial de los capitales sin más patria que el lucro.
A menos de 20 años del FOBAPROA y sus funestas consecuencias, pretenden ahora endilgarnos la deuda pública de PEMEX a los contribuyentes. Como si no hubiera experiencia previa, proclaman que la malversación de los recursos de las pensiones y seguridad social que cotizaron mes a mes los empleados de PEMEX y que ellos se gastaron en inexplicable despilfarro, sea pagada ahora por las y los ciudadanos de este país. Dice el presidente del PAN: “esto tendría que hacerse con reforma energética o sin ella”. Dice el priísta secretario de economía: “sería una muy buena noticia para las finanzas nacionales”. Y no hay nadie que pueda meterlos a la cárcel por concebir y alentar ese latrocinio.
Tan empedrado de aviesas intenciones estará el camino de las reformas que tienen lugar ante nuestra impotencia, que hasta los obispos mexicanos, en su reciente visita al Vaticano, llevaron una lista de preocupaciones por el rumbo de las reformas y las consecuencias previsibles para los más pobres de este país. Y no es que el Episcopado mexicano se caracterice por su diligencia profética…
Ave soy de mal agüero: los despojadores juegan con fuego. Que no se quejen después.
Para Luis Peniche, en su cumpleaños
Hace unas semanas la prensa publicó que comenzará un proyecto de trabajo que tiene como propósito elaborar un padrón de comunidades mayas en el estado de Yucatán. Esto como resultado de una ley aprobada en mayo de 2011, la Ley para la protección de los Derechos de la Comunidad Maya del Estado de Yucatán y de la nueva Ley del Sistema de Justicia Maya del Estado de Yucatán, recientemente aprobada en mayo de 2014, ambas con cierto tufo a proteccionismo y tutelaje propio de otros tiempos. Encomendado a académicos y especialistas, la elaboración del padrón de comunidades mayas seguirá un proceso que no ha sido suficientemente explicado ni se conocen los criterios que se usarán para clasificar a las comunidades que entren en la composición de dicho padrón.
En un panorama en el que, hasta hace diez años, la existencia del pueblo maya no era ni siquiera reconocida por la Constitución estatal, pareciera que estas leyes fueran un paso adelante. Así piensan los gradualistas. Pero hemos de irnos con cuidado en esta valoración. Los intentos porque los derechos del pueblo maya queden reconocidos en las leyes pueden terminar dados al traste porque luchan contra una muy extendida mentalidad, defendida incluso por muchas personalidades públicas, que sostiene que, en realidad, no existe el tal pueblo maya como sujeto de derecho, que todos en Yucatán somos simplemente yucatecos y que hacer una diferenciación entre pueblo maya y pueblo no maya en Yucatán es fomentar la división y profundizar las diferencias sociales y culturales.
Tal posición, defendida a capa y espada por las buenas conciencias (Fuentes dixit), ha llevado a muchas personas a defender, por ejemplo, las colocación de las estatuas de los invasores españoles en el inicio de la avenida más importante de la ciudad de Mérida, no sin ironía llamada “la blanca”. Mestizos todos, hijos de la Conquista, no somos ya otra cosa más que un pueblo mixto, híbrido, irremediablemente mezclado, aunque en las casas y colonias de los sostenedores de esta hipótesis, las personas de habla y cultura maya encuentren lugar solamente en los cuartos destinados al servicio doméstico.
Lo que está en juego en este tipo de discusiones, me parece, es la construcción de un consenso colectivo sobre la existencia del pueblo maya como sujeto de derechos. Y no me refiero a sus derechos individuales, que les son consagrados a todos los habitantes de este país sin excepción por la Constitución Federal, sino a si son un pueblo distinto, de los llamados pueblos originarios, con derechos propios, de esos que le reconocemos a los palestinos, a los judíos, a los catalanes, a los vascos.
Para abonar datos a esta discusión, que enciende –como es de suponerse– un gran debate cada vez que viene a cuento, vale la pena recordar lo que nos comparte Eduardo Frades en el interesante artículo “Bartolomé de Las Casas y la libertad” (Agenda Latinoamericana 2014, pp. 12-13) en que el autor, a partir de la anécdota de que Cristóbal Colón, en 1499, entregó un indio como esclavo a cada uno de los españoles que llegaron al nuevo continente en dos navíos (300 españoles, 300 indios entregados como esclavos) y de la reprimenda que Colón recibiera de la Reina de España, que aconsejada por su confesor, Francisco Jiménez de Cisneros, proclamó su liberación inmediata, hace un recorrido por el largo proceso de comprensión que tuvo que pasar Bartolomé de Las Casas (quien siendo niño, desde 1943, tenía un esclavo a su servicio, recibido de su tío Francisco y que tuvo que devolver en 1499 debido a la orden de la Reina) hasta llegar a entender y defender el derecho a la libertad de los pueblos originarios de América.
Baste aquí, para refrendar mi recomendación de lectura, mencionar que la conclusión final de Bartolomé de Las Casas en relación con la elección de soberano está en su Tratado Comprobatorio en el que dice: “La elección de los reyes y de quien hubiere de regir hombres y pueblos libres, pertenece a los mismos que han de ser regidos, de ley natural y de derecho de gentes, sometiéndose ellos mismos al elegido por su propio consentimiento, que es acto de la voluntad que en modo alguno puede ser forzado… como quiera que todos los hombres han nacido y son libres…” Esta fue la razón por la que Bartolomé de Las Casas, oponiéndose a la Bula Papal, señaló que “privar a los señores de Las Indias de sus estados es incorrecto… Nunca Dios quiera que tal cosa se diga del Vicario de Cristo”, cuestionando así la famosa “donación” papal y cuestionando su valor jurídico, para terminar, provocativamente, con esta idea: “Tanto después del bautismo como antes, si los indios no quieren admitir a nuestros reyes como príncipes supremos, no hay ningún juez en el mundo que tenga poder para castigarlos por ese motivo…”
Quienes, en la línea de Las Casas, nos inclinamos por el reconocimiento de la libertad fundamental del pueblo maya (el actualmente existente y no sólo el recuerdo de los antepasados dejado por las antiguas ciudades o el trillado recurso de promoción turística), con todos los derechos que de su libertad como pueblo se derivan, como –por ejemplo– la autodeterminación, nos preguntamos de qué manera el pueblo maya está incluido en la construcción de un padrón que sólo a ellos le corresponde o, para decirlo mejor, quién autoriza a quienes no somos integrantes del pueblo maya a decidir qué comunidades o pueblos merecen la adscripción étnica.
Preguntas que se le ocurren a uno. Y quien diga que el teatro, entretenimiento como no hay dos, no suscita cuestiones vitales en el espectador (pienso en la magnífica puesta en escena de la obra de teatro Gente de Razón, pero también en Ah Kin Chi o en Guerrero en mi estudio) deje ya de llamarse a engaño.
Cuando lo conocí no me impresionó mucho su figura. Junto con otros presbíteros, estaba yo iniciándome en el conocimiento de la teología indígena. Don Raúl Vera, entonces obispo de Ciudad Altamirano, vino a ofrecer unas conferencias al presbiterio yucateco. Invitado por el Padre Fernando Zapata Vásquez, quien trabajaba entonces en el Movimiento por un Mundo Mejor, Monseñor Vera nos habló de cómo aplicaba en su diócesis un programa pionero de renovación pastoral. Nueva Imagen de Diócesis, se llamaba el programa, y trataba de convertir en acción pastoral organizada algunas de las intuiciones del Concilio Vaticano II. Dicharachero y bromista, don Raúl nos resultó simpático, pero nuestro corazón pastoral estaba, ya desde ese entonces, dirigido hacia otra geografía: la diócesis de san Cristóbal de las Casas y su egregio obispo, don Samuel Ruiz García.
Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando la Santa Sede lo nombró coadjutor de don Samuel. Conocíamos la técnica: la habían aplicado antes en Cuernavaca, Oaxaca y Tehuantepec. El Nuncio Apostólico intentaba borrar los rastros de cualquier cosa que oliera a teología de la liberación. Eran los tiempos en que entregar la cabeza de algún teólogo liberacionista equivalía a un seguro ascenso en el escalafón eclesiástico. Raúl Vera fue enviado a san Cristóbal de Las Casas con el turbio propósito de “poner orden” en la diócesis en la que había tenido lugar la sublevación indígena más importante de fines del siglo XX, cuyas reverberaciones nos siguen iluminando.
Con lo que no contaba el Nuncio Apostólico era que en sus aviesas intenciones, se toparía con una rareza: un obispo que creía en Dios y que estaba dispuesto a escudriñar Su voluntad en la vida del pueblo. Eso hizo don Raúl Vera. La Nunciatura, además de tener ahora como enemigo a don Samuel Ruiz, comenzó a tener otro en el Obispo Vera, al grado que, cuatro años después y violando la normatividad canónica, a don Raúl le fueron retiradas las prerrogativas del nombramiento que había recibido (coadjutor con derecho a sucesión) y fue trasladado, algunos dicen que desterrado, a la diócesis de Saltillo, en Coahuila, desde donde ha continuado con una labor pastoral encomiable que le ha merecido ser llamado el Obispo de los derechos humanos y haber sido repetidamente nombrado entre las candidaturas al Premio Nobel de la Paz.
Ya en la diócesis de Saltillo, la labor pastoral de don Raúl se ha visto magnificada. Partiendo de su entrega a los pueblos indígenas, su ministerio se ha extendido a una labor inapreciable por sus enormes dimensiones: atención a los mineros explotados, a las mujeres víctimas de violencia, a las personas homosexuales discriminadas en su propia iglesia, el acompañamiento de las familias de los miles de desaparecidos que pueblan nuestras fronteras nacionales, la atención a la tragedia del holocausto migrante, etc.
Yo mismo he sido objeto de su misericordiosa acción pastoral. Haré una confesión desde estas líneas. Hacia finales de enero de 2009, habiendo sido invitado por el grupo apostólico coahuilense San Aelredo para ofrecer una conferencia en el marco del II Congreso sobre Fe y Diversidad Sexual, y mientras me alistaba para viajar a Saltillo, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió la notificación pública respecto a un libro de reflexiones teológicas y pastorales sobre el tema de la homosexualidad que yo había escrito en 2006. Después de tres años de desgastante proceso, la Congregación concluía su período de estudio y descalificaba en un Dossier de Observaciones las tesis sustentadas por mí en el libro. La carta de la Congregación que acompañaba las Observaciones, dirigida al entonces presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), traía además una advertencia a propósito del tema que había yo tratado en el libro: “tema sobre el cual el Autor, por los momentos (sic), no debe ni escribir ni enseñar”.
En obediencia a esta disposición, me comuniqué inmediatamente con los responsables del Congreso al cual había sido invitado para avisar que ya no ofrecería la conferencia prometida. Mi sorpresa fue mayor cuando horas después, al recibir una llamada telefónica, escuché la voz de Monseñor Vera quien, al tanto de la situación, me invitaba a irme de todas formas a Saltillo para salirme un poco del ojo del huracán provocado por la publicación en los periódicos de mayor circulación en Yucatán de una nota oficial de la Arquidiócesis advirtiendo a los fieles de la determinación de la Congregación. La generosidad de don Raúl me ofrecía así un espacio de reflexión para repensar lo que sería mi respuesta a las Observaciones provenientes del Vaticano. Don Raúl, no solamente me ofreció, misericordioso, un salvavidas en medio de aquel agitado mar, sino que además me hospedó en su casa durante toda una semana, me dedicó muchas atenciones, conversó conmigo largamente acerca de cómo me sentía y compartió conmigo sus reflexiones acerca de la pastoral de acompañamiento a personas homosexuales que llevaba adelante en su diócesis. Nunca he recibido trato tan cordial y fraterno de parte de ningún otro Obispo. Mi agradecimiento hacia Raúl Vera es, como se imaginarán, eterno e inconmensurable.
Hago esta confidencia solamente para subrayar la importancia de don Raúl en este escondido aspecto de mi vida personal, completando así el impacto que su ejemplo cristiano ha dejado siempre en mi labor ministerial. Pues bien, para quienes no conozcan de cerca a don Raúl Vera López, se les presenta ahora una gran oportunidad. Editorial Grijalbo ha publicado en enero de este año el libro “El evangelio social del obispo Raúl Vera. Conversaciones con Bernardo Barranco”. La bondad de mi querida amiga Maru Noguez me ha puesto en contacto con el libro. Prologado por Javier Sicilia, otro cristiano a carta cabal a quien admiro profundamente, el libro es un verdadero tesoro, una larga y interesantísima entrevista que permite al lector acceder a los aspectos medulares del pensamiento y la acción de don Raúl Vera, con mucho el obispo más destacado y una rara avis en el Episcopado Mexicano. Un libro que puede hacer renacer la fe en la iglesia, “esa iglesia, para decirlo con las palabras de Sicilia en el prólogo, que está en todos aquellos que, como el propio Vera, tienen puestos de responsabilidad en la estructura eclesiástica y, dejando el boato, dándole la espalda a los signos del César, se hacen uno con la gente y sus sufrimientos y, asumiendo que deben jugarse la vida como su Señor, salen a protestar y a oponerse a todo lo inhumano, a todo poder corrompido, a toda hipocresía, a todo juego de intereses…”
Un libro que, desde luego, recomiendo encarecidamente a todas y todos.
Para Raúl Cervera SJ, en su cumpleaños
El 12 de junio de 2014 se dio a conocer que el Senado de la República declaraba instalada una nueva comisión: la Comisión Ordinaria de la Familia y el Desarrollo Humano. El artículo 113 del Reglamento del Senado de la República señala que el establecimiento de comisiones ordinarias sólo puede hacerse por mandato de ley o por acuerdo del pleno. No se conoce ninguna ley que haya mandatado la constitución de esta comisión, así que se asume que su instalación procede de una decisión tomada previamente por el pleno.
El anuncio de esta Comisión fue sorpresivo para muchos. Las protestas casi inmediatas. Diversos grupos civiles organizados se manifestaron en contra, sobre todo debido al discurso de instalación con el que la Comisión fue anunciada públicamente. Tocó decir el discurso al presidente de la naciente comisión, senador José María Martínez Martínez. Después de leerlo, por pura deducción, uno se da cuenta que fue una intervención libre, no escrita, al menos eso puede inferirse de las licencias sintácticas propias del lenguaje conversacional.
Motivaron la protesta generalizada algunas de las frases del senador Martínez:
“Hoy la importancia de esta Comisión radica en los retos y desafíos que hoy tiene la familia. La familia que conceptualmente hoy no tenemos una distinción (sic) que cuando menos jurídicamente nos armonice el sentir o los sentires de todos los mexicanos en concreto respecto del modelo que nosotros queremos”.
“Hoy los legisladores se han pronunciado por un concepto, hoy la Corte ha metido de más su criterio, y discúlpenme mi atrevimiento, en términos de la familia, y hoy algunos estados, en concreto el Distrito Federal ha ido más allá, ha ido incluso a través de modas, tendencias, tratando de adoptar este modelo de familia, sin que ello nos signifique a la mayoría de los mexicanos… Es aquí donde reside la importancia de esta Comisión y su reto fundamental: defender, fortalecer y trabajar por la familia que nos significa a todos los mexicanos. La familia desde ese concepto de los lazos naturales que han predominado a lo largo de la historia y ha resistido embates de modas y tendencias. Ese concepto es el que hoy nos interesa y nos significa en esta Comisión trabajar”.
“Hemos adoptado políticas internacionales a lo largo de nuestra historia que nos han dado por crear institutos de las mujeres, de los jóvenes, de los adultos, sin pensar en el concepto integral de la familia… Hoy tenemos que volver de nueva cuenta a esos lazos naturales que han integrado este concepto, esta comunidad de amor y de solidaridad”.
El Senado, junto con la Cámara de Diputados, es un órgano legislativo. Por eso las declaraciones del Senador Martínez han causado tanto revuelo. No son las opiniones de un ciudadano común y corriente, sino de un legislador en posición de hacer leyes y cabildear para convertirlas en obligatorias para todos los mexicanos/as. Las referencias del discurso son inconfundibles: hacen referencia a la pluralidad de familias en México como “modas y tendencias”, como si las familias que no se ajustaran al modelo que profesa el Senador no merecieran la protección de la ley.
Se atribuye, sin más, la idea estrecha de familia que tiene el Senador a su filiación partidaria y/o su pertenencia religiosa. Esto es solo cierto en parte. Hay panistas que tienen muy otra idea. Y si de iglesias hablamos, hasta ellas están hoy preguntándose cómo asegurar el servicio de la evangelización a los diversos tipos de familias de nuestra época. Al menos eso ocurre en la iglesia católica, que ha iniciado una reflexión en la que recoge las demandas y necesidades de las familias de nuestro tiempo, esfuerzo que cristalizará en octubre próximo, cuando un sínodo extraordinario de Obispos se reúna en Roma para discutir de estos asuntos. Y el trabajo continuará, así lo ha dado a conocer el Vaticano, durante el 2015.
Anclados en una visión de familia que ha quedado rebasada por la realidad, muchos políticos como Martínez creen prestar un servicio a la patria, no respondiendo a las necesidades y demandas de todas las familias mexicanas en su amplia diversidad, sino atendiendo solamente a un modelo de familia que él califica de mayoritario. Pero a lo mejor mi reflexión es insensata: no parece el senador empeñado en buscar políticas públicas de amplio beneficio para las familias, sino entablar una discusión filosófica… ¿es una Comisión del Senado el lugar adecuado para esto?
Jorge Volpi, el ilustrado novelista mexicano, escribió recientemente un artículo periodístico en el que señala provocadoramente: “Imaginemos esta escena. De la noche a la mañana, la prensa nos informa que en el Senado de la República se ha creado la Comisión del Idioma. «¿Del idioma?», pregunta un atónito periodista. «Del español», aclara el vocero de la comisión, «el idioma que el pueblo mexicano utiliza para comunicarse.» «¿Y cuál es su objetivo?», interviene otro reportero. «En nuestra región, el español es el idioma que prefiere una abrumadora mayoría de ciudadanos. Es obligación del Senado velar por este importante patrimonio inmaterial.» El primer periodista mira con sorpresa al vocero: «¿Y las lenguas indígenas?» El vocero se relame: «Las lenguas indígenas no son usadas por la mayoría de mexicanos a los que represento», y se da media vuelta”.
Termina Volpi el artículo de manera perentoria: “La obligación de cualquier Estado democrático no es velar por lo que quiere la mayoría, así sea del 99 por ciento, sino asegurar que todas las personas sean tratadas de forma equivalente. Es lamentable que el Senado de la República y en particular los miembros de los partidos que no pertenecen a la derecha conservadora no se den cuenta del daño que le hacen al país al permitir la existencia de una comisión como ésta. No existe la Gran Familia Mexicana: lo que existe una gran variedad de familias y la obligación del Estado consiste en proteger a cada una de ellas -en especial de quienes creen que sólo existe Una”.
Y no necesita uno ser de un “grupo radical homosexualista (sic) o feminista”, como leí en algún mensaje de whatsapp que circula en un chat religioso, para oponerse a dicha Comisión. Basta con tener sentido común, aceptar como una bondad la naturaleza laica del Estado y creer que las figuras sociológicas no permanecen inalterables a lo largo del tiempo, como si de una revelación divina se tratara, sino que cambian y se adaptan a nuevas circunstancias.
Porque si de lo que se tratase fuera de conversar sobre la idea de familia que se desprende de los documentos fundacionales de la religión cristiana, habría mucho que discutir, no solo por el amplio espectro de familia que nos presenta la Biblia Judía, sino porque cristianos y cristianas somos discípulos de Alguien que renunció a su familia, abandonándola para dedicarse a la predicación; que no vivió acomodándose al matrimonio y la familia patriarcal de su época; y que invitó a sus discípulos/as a dejar a sus familias y a dar primacía al Reino antes que a la conservación de un modelo de familia contra el que se mostraba reticente. Pero eso ya sería harina de otro costal… lo que sostengo aquí es más simple: el Senado de la República ha de favorecer políticas y hacer leyes que garanticen el bienestar y la protección de todos los modelos de familias que existan en nuestro país.
No extraña por eso, que a pocos días de suscitado el escándalo, otro senador, Raúl Cervantes, –nada menos que el presidente del Senado– se haya visto obligado a declarar que respetarán todas las libertades constitucionales y los tratados internacionales (a los que el senador Martínez aludió con tanto desdén) y que “de ninguna manera se creó la Comisión de la Familia y el Desarrollo Humano con el perfil de las declaraciones individuales que hizo el senador (José María) Martínez”. Ojalá prevalezca la sensatez.
La película se llama “La Duda”. Tiene como protagonistas a la maravillosa Meryl Streep, en el papel de una religiosa escrupulosa e inquisidora, y al admirado y malogrado actor Phillip Seymour-Hoffman en el papel de un sacerdote, capellán de la escuela en la que dicha religiosa trabaja.
No voy a contar aquí la película. Seguramente muchos de los lectores y lectoras de esta columna la han visto, porque fue ganadora de algunos Óscares en una no muy lejana edición del premio de la Academia. La traigo a colación porque hay una escena a la que quiero referirme.
El sacerdote ha sufrido la persecución de parte de la religiosa que, acosada por las sospechas, quiere expulsar al sacerdote de su colegio. En la Misa, es hora de que el padre predique. Desde el púlpito, el presbítero lanza una breve pero punzante homilía acerca del pecado de difamación y calumnia. “Un día, dice el sacerdote en la predicación palabras más palabras menos, se acerca una mujer a confesarse de haber proferido una calumnia contra alguien. El confesor le pone a la mujer una penitencia: vaya usted a su casa y tome una de las almohadas de su cama. Suba después al techo de su casa y acuchille la almohada. Mirará usted las plumas esparciéndose por el horizonte. Baje después y, en penitencia por su pecado, recoja usted las plumas hasta volver a dejarlas dentro de la almohada. La mujer penitente replica: pero eso será ya imposible, padre. A lo que el confesor responde: ¡pues así son las calumnias de irreparables!”. Hasta aquí la remembranza del filme.
La película me ha venido a la memoria cuando, en esta semana que pasó, intervine en una conversación a través de una red social. En el marco de un chateo ligero y frívolo yo lancé una invectiva en contra de una persona a quien no conozco, lastimando injustificadamente su honra y su buena fama. No era, no, un comentario de análisis o de crítica, sino una ligereza injustificable que resultó profundamente dañina. Estoy profundamente arrepentido de ello. Cuando la persona agredida se dirigió a mí en privado para reconvenirme caballerosamente, caí en la cuenta de la dimensión de mi acción, a todas luces vil e indigna y su nobleza, la del agredido, creció ante mis ojos.
Le he pedido perdón, pero –trayendo a cuento la anécdota de la película– sé que esto no será de ninguna manera suficiente. Nada lo será. Y como, con toda razón, la persona agredida no desea ver su nombre ligado el mío de manera pública, no me queda más que ofrecer estas disculpas públicas y anónimas en el vano intento de resarcir de alguna manera la fama que contribuí a lastimar. Esto, a pesar de que es altamente improbable que él visite y lea esta declaración. De cualquier manera, desde aquí le aseguro a dicha persona y a ustedes, pacientes lectores y lectoras de este espacio, que seré más que cuidadoso para tratar de no cometer el mismo error con nadie más. Estoy avergonzado.
Comentarios recientes